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SEPARADOS

 Nunca la luna había estado tan azul ni el aire tan frío o por lo menos así lo sentía ella. Sus labios sandía ahora sabían a verde cerezo. Ni una sola gota caía en su rostro a pesar de que llovía por dentro. Nunca antes sus manos habían estado de ese color de morado. Sus pupilas titilaban una pequeña luz, algo así como un destello entre la tormenta. Quien la veía vaciaba su alma ante ella, con el afán de que pudiese poseerlo.

 

Una copa de vino se agotaba, un cigarrillo terminaba de consumirse y por fin, una lágrima brotó de sus ojos. Al borde de la cama retiró su cabello de la cara  y lo llevó hacia un costado. Por fin dejó de sentirse acompañada por el mal, por el pecado. “Sola al fin” pensó, sin que nadie quisiera darle calor, sin que nadie bese su frente y acaricie su espalda. Por fin frágil, por fin podía tratar de doblegar su alma. Cosa que nunca hacía por orgullo, por tristeza, por querer ocultarse as  sí misma que era susceptible de cualquier dolor. Pero era una noche diferente. De todas las noches, ¿por qué justo esa?; de todos los hombres, ¿por qué justo él?. Se remordía pensando.

 

Se miró al espejo y recordó un día de diciembre. Laura estaba sentada frente al escritorio, llegó su chico y le tomó de la mano, le había prometido que ese día por la noche la llevaría al mirador más bonito de la ciudad. Conversaron por horas observando las estrellas, sintiendo que historias de amor como la de ellos, serían las que inspirarían nuevos cuentos. Jugaron con fósforos, lanzándolos al aire cuales fueran estrellas fugaces. Cada recuerdo que volvía a invadir su mente exigía una nueva copa de vino. Exigía además intensos gemidos, lágrimas y ese dolor en el pecho que como se sabe no se puede describir.

“Todos alguna vez hemos creído inocente y estúpidamente en el amor verdadero. Todos nos hemos lanzado al vacío tomados de la mano con alguien que decía nos amaba, y en medio de la nada, esas manos se soltaban, nos daba vértigo. Todos hemos sentido ese frío en el pecho”. Decía en voz alta, como si frente a ella tuviera todo un auditorio escuchándola.

 

Alguien desde afuera tocaba su puerta. Laura rompió la botella, se acercó y amenazó con tanta ira que si alguien seguía molestando iba a matarlo. Pensaba que ya nada de lo que hiciera podía afectarle porque no tenía el cielo comprado.

 

Se acercó al velador, sacó una foto; la de su graduación del colegio. Ahí estaban los dos,  tan felices, tan distintos a lo que ahora son. Quien llegaría a pensar que un día de la nada aparecería el tío del muchacho y se lo llevaría a otro país, con la promesa claro de que cuando vuelva a buscaría a Laura. Quien diría que esa niña pudiera quedar huérfana, quien diría que la vida llegaba a arrebatarle su vida en ese momento. Quien pensaría siquiera que Laura o “Laurita” como la conocían todos llegaría a vender su alma al diablo y su cuerpo por unos centavos. Quien diría que después de seis años volvería a ver a su primer y único amor.


Si no les cuento esta historia, seguramente jamás la creerían. Pero eso fue lo que pasó, el joven regresó y aunque ella nunca lo supo, jamás dejó de buscarla. Pero aquella noche todo cambió.  Una rendija dejaba pasar una pequeña luz de luna a la habitación. Ninguno de los dos pronunció palabra. Solo se miraron como quizá Adán y Eva lo hicieron la primera vez que se vieron. Trataban de reconocerse, sin protocolos simplemente desnudaron sus almas, se abrazaron tanto, que no pudieron contener el llanto. Él había buscado a Laurita desde hace años, pero sentía que aunque estaba con ella en ese momento, aún no la había encontrado. Y así mismo sin pronunciar palabra, él se marchó. Entonces supo ella que jamás volvería a verlo.

 

Recordó el día en que conoció por vez primera el amor, y lo maldijo. Maldijo  la hora y el momento, maldijo el paisaje, el lugar y el encuentro. Pero al joven que le mostró ese que pensaba era un desastroso sentimiento, lo bendijo de todo corazón y encomendó su alma a Dios.

RAÚL CONTRA EL PRESIDENTE

Eran las seis de la tarde, de un 26 de abril cualquiera y Raúl Badillo se encontraba limpiando las gárgolas en el lugar más alto del sitio donde se encontraba. Ese buen hombre había dedicado más de la mitad de su vida a este oficio, en años se traducía a casi treinta y cinco. Su momento favorito del día había llegado. No solo porque casi era hora de salida, sino porque desde ese lugar y en ese momento, se veía como el sol despedía la pequeña ciudad. Era un suerte para Raúl trabajar justamente en la construcción más alta. O por lo menos así era como él lo pensaba.

 

Respira hondo y sonríe al escuchar junto a él las campanas. Ese sonido le da la seguridad, que ya es hora de dejar de trabajar.  Al agacharse a recoger los trapos viejos, la brocha y la esponja suena como el rechinar de una vieja puerta que ya no da más. Pero en realidad son sus huesos que en verdad ya no dan más.

 

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Con pasos firmes y ternos finos, alguien sube por las escaleras. No solo es un alguien, viene acompañado. Pero, ¡qué voz y qué forma de estrechar las manos!. Piensa Raúl. Aunque un tanto borroso y desenfocado, Raúl logra reconocer a uno de los hombres enternados. Inconscientemente se limpia en el overol sus manos.

-Es el presidente, el ¡SEÑOR Presidente! Piensa, Raúl en voz baja. Mientras nota que el otro sujeto, es un extranjero.


Siempre tan prudente. El buen Raúl no permiten que lo vean, para que así los dos hombres conversen. ¡pero qué tirano! ¡qué sucio! ¡qué puerco! Es el SEÑOR Presidente. Piensa Raúl cuando entiende que quieren vender la bandera de su gente.

 

Baja despacio por las escaleras, pensando qué puede hacer para impedir la traición del Presidente. Al fin sale del lugar de dónde se encontraba.

  • ¡Por tú maldito amor! Se escuchaba a un borracho cantando en la calle.

  • ¡Lárgate borracho a otra parte! Le gritaba el dueño del mejor de los peores abres de la ciudad. ¡Lárgate! que me espantas a los clientes. Sabes bien, que hoy es viernes y viene mucha gente.

 

Raúl continúa su camino. De pronto ve al frente de la calle un prostituta insistía a un hombre para que la acompañe. 

Qué común y típico era para Raúl ver, escuchar y hasta oler todas esas cosas desagradables casi a diario. Aunque  era humilde, trataba de ser culto. Un buen padre pensaba él antes de que le dijeran que doña Lucía su esposa no podía tener hijos.

Mientras caminaba veía a los borrachos succionar el contenido de las botellas cual si fueran bebes y del seno de la madre se tratase. Pensaba qué hace, adónde ir y a quién contarle lo que había escuchado. Pero lo distraen las sirenas, otra vez la policía. Otra vez otra pelea. Otra vez viernes en un callejón de la pequeña ciudad colonial.

Se detiene y qué afortunado de nuevo se siente. Por fin pasó el transporte que lo llevaba a su casa. Ya está oscuro y llega a su morada. Doña Lucía lo estaba esperando impaciente.

            -Hombre, hoy te demoraste en llegar, decía con voz angustiada.

 -si te contara lo que escuché no me o creerías.  Responde Raúl con tristeza.

            Pero dime , ¿Qué te ha pasado.? Raíl dime. Insiste su esposa.

Al escuchar la historia, evidentemente Lucía no puede creerlo. Pero confía en las palabras de su marido. Recuerda lo que de pequeña le decía su madre y transmite esas palabras  a Raúl.

 

  • Raúl, la verdad no siempre va a estar de tu lado y es mejor no decirla si este ha de hacerte daño. Sabes bien el dicho de los pobres.: “Si ocultar algo te salva la vida, mejor no lo digas”.

¿Qué podía hacer un obrero para denunciar la tiranía? Todos tenemos la respuesta.

Entonces nada hizo porque nada podía hacer. Era la palabra del obrero, contra la del SEÑOR Presidente.

Un mes después se vendió la bandera de ese país en el puerto.

 

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